Para leer este libro uno debe comprar billetes de tren baratos, sacar la mano por la ventanilla y saludar a las flores y los bisontes, quedarse dormido para conocer al ángel que vive en los relojes, bajarse en las estaciones en las que nuestro fantasma nos está esperando para besarnos castamente y llevarnos a casa. Allí nos están esperando la mecedora, el juguete, la teta cósmica de mamá, la siesta infantil, igual que un fósil de nuestro insomnio de ahora, y las manos que extendían la breve salvación de las muertes sencillas; el catarro, la caída, el robo de un cromo o una estrella que vimos antes que nadie, y la visión de un hombre pisando la luna que, cuando despertamos hoy, todavía sigue allí.